27 septiembre 2017

General Carrillo

Ahí nacieron los siete hermanos Venegas Nodal. Cuatro hembras y tres varones. Uno de ellos, Serafín Erundino Apolinar, fue mi padre. En un punto que no puedo señalar, levantaron su casa Lázaro y Eloísa. Primero fue de tablas de palma y guano. Luego de madera y tejas.
Mi padre, que casi nunca se dejaba tentar por la melancolía, hablaba de General Carrillo como si estuviera fuera de su alcance y no a menos de 100 kilómetros de Manicaragua, el lugar donde estableció su mundo y decidió vivir el resto de su vida.
Cuando comparo el mapa del Atlas de Cuba con la imagen de Google Map, puedo reconstruir el antiguo trazado del ferrocarril de vía estrecha que entraba al pueblo para enlazarlo con Yaguajay y Caibarién. Por encima, se distingue perfectamente la Norte Cuba, la línea que todavía une a Santa Clara con Morón y Tarafa.
No hay ningún Venegas Nodal enterrado en el cementerio del pueblo. Casi todos, incluyendo a Lázaro y Eloísa, murieron en La Habana y permanecen juntos en una bóveda del cementerio Colón. Pero en General Carrillo dejaron su sentido de pertenencia, que significa mucho más que la tumba.
El satélite no me permite acercarme más. Solo puedo ver a General Carrillo a vista de pájaro. No tengo manera de aterrizar en una de sus calles y ponerme a caminar hasta encontrar alguna huella de los Venegas Nodal. Inmóvil, inaccesible y con nombre de prócer.
Esto es todo lo que puedo hacer para (re)conocer el lugar donde nacieron mi padre y sus seis hermanos.

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