11 septiembre 2017

Con el agua al pecho

Encontré esta imagen en un muro de Facebook. Ilustra a la Cuba actual como pocas. En ella se aprecia muy bien ese país en ruinas que sobrevive de catástrofe en catástrofe, sin producir nada que lo haga avanzar en alguna dirección (cuando se está atascado cualquier movimiento es mejor que nada).
El mar, impulsado por el huracán Irma, ocupa las calles de La Habana. Parecería que no hay tiempo que perder; sin embargo, este grupo de habaneros juega a desperdiciarlo. Poco antes de dar con esta foto, leí un diálogo entre dominicanos. Comentaban “la gran disciplina del pueblo cubano”.
“Es admirable —dijo uno de ellos— todo lo que hace la revolución para minimizar el impacto de los desastres naturales”. Otro resaltó el millón de evacuados y hasta un grupo de actores que hicieron representaciones para que los refugiados disiparan el stress.
¿No es acaso Cuba una gran concentración de damnificados? El problema de los cubanos no son las tensiones de una tormenta, sino la paupérrima vida cotidiana que les espera tras su paso. Estuve tentado a compartir con ellos esta imagen, pero ese tipo de discusiones ya me hastía.
Mañana, cuando las aguas vuelvan a su nivel, se robarán algo, comprarán algo robado o —si tienen la suerte de tener un familiar en el exilio— llamarán para que les resuelva sus problemas.  Hoy el mar le da por el pecho, mañana será la realidad quien les provoque la misma sensación de asfixia.
Por eso no se les ocurre nada mejor que darle agua al dominó de sus vidas.

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