24 enero 2017

Ciego Laya*

Como una serpiente acorralada,
el Ciego Laya muerde
al parque de Manicaragua
y huye entre las hierbas
hasta perderse en el Arimao.
De niño, cuando cruzaba
su viejo puente de madera
de la mano de mi padre,
conocí al vértigo
y escuché los crujidos
de una época que se podría
al resistero del sol.

Un sábado en la noche,
poco antes de que los años setenta
se fueran de Cuba para siempre,
bajé al Ciego Laya
con la hija del panadero.
Su cuerpo desnudo
se reflejó en el hilo de agua.
Había luna llena
y un tenaz aire frío.
Así fue que abandoné a mi infancia.
Supongo que huyó junto al Ciego Laya,
entre las hierbas,
hasta perderse en el Arimao.

*Este es uno de los primeros poemas que escribí. Lo acabo de encontrar en un viejo archivo, data de mis años en la Escuela de Arte (Wichy García Fuentes, es un testigo de excepción de la época a la que me refiero) y es un verdadero milagro que llegara hasta nuestros días.

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