01 noviembre 2016

Reynaldo Miravalles, cará

Reynaldo Miravalles (a la derecha) en la escena más famosa
de El hombre de Maisinicú (1973).
Serafín Venegas, mi padre, eligió a Manicaragua como su lugar en el mundo. Teniendo en cuenta que pasaba la mayor parte de su tiempo entre las truchas del Hanabanilla, las cuberas de Casilda y los animales del monte, quizás sería más exacto llamarlo su hábitat.
Era un hombre del Escambray y compartió en ese lomerío con hacendados, guerrilleros, alzados, teatristas y cineastas. Su amistad con Sergio Corrieri me permitió conocer de cerca la experiencia del Teatro Escambray y asistir de niño a los rodajes de documentales y películas.
Papi y Sergio solían reunirse en casa de Daniel Peña —un amigo de ambos— para irse de pesquería a la presa de Jibacoa. En el secadero de café de esa casa se filmó una de las escenas de acción de Río Negro (1977). Gracias a eso, conocí en persona a Reynaldo Miravalles.
Él no actúa en la película, ahora no podría decirles qué hacía allí, pero lo cierto es que todos se le acercaban a saludarlo y los campesinos lo miraban asombrados: “¡Ese fue el que mató al hombre de Maisinicú!”, repetían con asombro. En 1983, a propósito de los 10 años de la película, organizaron una función especial en el cine Yara de Manicaragua.
Pocos pueblos como ese vivieron y sufrieron esa guerra civil que la revolución, tan dada a los eufemismos, llamó “lucha contra bandidos”. Muchas familias allí tenían un muerto en ese conflicto y no pocas en ambos bandos. Mi padre, que era un fanático de la película de Manuel Pérez, me hizo verla otra vez.
Varias escenas provocaron exclamaciones, palmadas, voces… pero en el momento en que apareció Cheíto León, el personaje que interpreta Miravalles, alguien, emocionado, gritó: “¡Llegó el caballo!”. Muchos comenzaron a aplaudir, pero poco a poco se fueron escabullendo dentro de su propio aplauso hasta darle alcance a un silencio unánime.
Mi vida, como la de todos los cubanos de mi generación, está llena de recuerdos de Reynaldo Miravalles. Estos dos solo me son especialmente familiares. Ayer Cuba perdió a uno de los más grandes intérpretes que ha tenido la cubanía y el cine de mi país se quedó sin su rostro más duradero.
Siempre, por una razón o por otra,  estaré volviendo a las películas que protagonizó Reynaldo Miravalles. Gracias a esas imágenes en blanco y negro o a todo color, seguiré disfrutando de su arte. Cada vez que le vea aparecer, oiré otra vez, de manera inconsciente, el grito anónimo del campesino emocionado: ¡Llegó el caballo!

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