14 junio 2016

El testamento de los Osos Blancos

Más de una vez he confesado que pertenezco a una secta. Se llama Los Búfalos y nos reuníamos regularmente. El pretexto era discutir lecturas y hablar de literatura, pero lo mejor que sabíamos hacer era compartir grandes destilados y brindar por cualquier causa perdida.
Nos encontrábamos con regularidad hasta que perdimos a dos de los fundadores. Primero, Antonio Membrive se tuvo que ir de regreso a Madrid. Luego, Héctor Concari fue enviado a Cartagena de Indias. No nos hemos podido recuperar de esas bajas. Salvo algunos mensajes y saludos en clave, Los Búfalos han permanecido en una extraña hibernación.
Un email de Concari, sin embargo, ha despertado nuestro instinto salvaje. Todo empezó cuando él nos invitó a un encuentro clandestino en la casa de Gabriel García Márquez en la Ciudad Amurallada. Aproveché su misiva para decir que acababa de releerme Crónicas de motel, de Sam Shepard.
—Lo leí a Shepard —respondió Héctor—, pero la verdad es que no me impresionó. Tengo dos o tres en casa que te puedo pasar con gusto.
—Hablar mal de Shepard en mi presencia —le advertí—, es como insultar a Faulkner, Conrad o Cabrera Infante.
Fue Alfonso Lomba quien buscó una rápida solución, antes de que nos enredáramos en una cadena de insultos literarios.
—Podemos establecer una forma civilizada de resolver este tema —Propuso—. Un duelo, con las reglas de antaño. Fijen el día y quiénes serán los padrinos de cada uno.
—Sugiero un duelo a shots de vodka —se adelantó Héctor—. La marca del arma queda  a elección de Antonio, que de eso sabe.
Traté de negociar con ron o bourbon, que son mis preferidos, pero no tuve éxito con los jueces. Desde Madrid, por fin llegó el veredicto de Antonio.
—Recomiendo un duelo al alba con Osos Blancos. Es la bebida preferida de la Marina mercante rusa: un vaso highball con una cantidad moderada (2/3) de alcohol de farmacia para blindar las heridas de una infección (sobre todo si son heridas literarias como las suyas). Ese alcohol recio se rebaja convenientemente con champaña de Crimea. Los marinos suelen tomarse, a largas tragantadas, entre cinco y seis. En el caso de los literatos, más de dos es suicidio. Siendo búfalos puede irse hasta tres sin gorro o hasta cuatro portando el amuleto de los cuernos de Pedro Picapiedra.
Los borrachos más indomables del Paradero de Camarones, solían acabar en el traspatio de la Botica, cambiando víveres o azúcar por alcohol de 90º. Si caigo en el combate lo haré en honor a ellos, que siguen siendo anónimos o están muertos. Los alcohólicos de Shepard, al fin y al cabo, ya tuvieron quién los escribiera de una manera inmejorable.

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