09 junio 2016

Dos ciruelos, dos melocotoneros y un centinela

Mario Dávalos y yo salimos de la ciudad antes de que amaneciera. Grabé dos discos para el viaje, uno de Nicola Cruz y otro de Dr. John. Parece que hice algo mal, porque el reproductor de la Nissan Patrol de Mario no logró leerlos. Por eso no oímos nada hasta llegar al Típico Bonao.
Después del desayuno, Mario se hizo cargo de la música. Descartes se mantuvo sonando durante el resto del viaje. En algunas canciones acompañamos a Silvio. Cuando llegamos al pueblo de Jarabacoa, fuimos hasta el vivero de la Confluencia. Compramos dos ciruelos, dos melocotoneros y un pino centinela.
Cuando llegamos a la casa de Mario en Quintas del Bosque, aún no eran las 10 de la mañana. Pero nos sentíamos prófugos (era un miércoles laborable), se justificaba algo de alcohol. Nos servimos dos tragos largos de ron. Bajamos del carro una madera que Mario llevaba para que Bo le hiciera varios canteros.
Sembramos un ciruelo y un melocotonero. “La doña le está haciendo un sancocho”, anunció Bo. Nos servimos dos tragos más y subimos hasta el Bosque de Thoreau. Mario sembró el ciruelo y el melocotonero. Yo, el centinela. Luego, le pedí a Alito que sembrara dos surcos de café a cada lado de la cañada.
En el camino de La Lomita (y del sancocho que nos había preparado Luz) nos encontramos a un hombre. Avanzaba con pasos muy lento. Solo se detuvo cuando Mario le habló.
—Ey, don, ¿va para La Lomita? —le preguntamos.
—Para allá es que voy, sí —nos respondió.
—Suba —le dijimos.
—Ah, pues subo —nos respondió.
Una vez que se cruza el Arroyo Cercado, se está cerca de La Lomita, pero aún no se ha llegado. Todavía falta una incómoda cuesta de una arena muy resbaladiza.
—Don, quédese aquí, que nosotros nos tenemos que desviar para buscar unos huevos de pato —le dijo Mario.
—Ah, pues bajo —nos dijo—.
Ya había retomado sus pasos muy lentos cuando se detuvo.
—¿Usted viene el fin de semana? —le preguntó a Mario.
—Sí, ¿por qué?
—Ah, para bajarle una auyama*.
Fue su manera de dar las gracias. El sancocho de Luz estaba delicioso. Luego nos hizo café (el cuarto del día, contando el que nos bebimos antes de salir, el del Típico y el de la señora que le regaló los huevos de pato a Mario). Volvimos a Santo Domingo escuchando a Jimi Hendrix.
Fue un viaje corto y, aunque pasaron muchas cosas que nos costará trabajo olvidar, lo recordaremos como siempre, por lo sembrado: dos ciruelos, dos melocotoneros y un centinela.

* Calabaza, en Cuba.

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