23 mayo 2015

Los perros de Jhonny Depp

(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)

El suceso se convirtió en una tormenta viral alrededor del mundo. Todo empezó cuando las autoridades australianas descubrieron que Boo y Pistol, los yorkshire terrier de Johnny Depp, había sido introducidos en el país de manera ilegal.
Muchos destinos turísticos en el mundo estarían encantados de ser los anfitriones de las mascotas del protagonista de Piratas del Caribe. Pero en Gold Coast, la Ley está por encima de la “chulería” y son muy estrictos a la hora de evitar la importación accidental de enfermedades e infecciones animales.
Barnaby Joyce, el ministro de Agricultura, fue tajante: “O el señor Depp se lleva a sus perros de regreso a California o vamos a tener que sacrificarlos. Nos encantan sus películas, pero eso no significa que pueda estar por encima de la Ley en Australia", agregó.
Segundos después de la rueda de prensa del ministro, el hashtag #WarOnTerrier se convirtió trending topic a nivel global. Mientras, en la plataforma Change.org, miles de firmas pedían al Gobierno de Australia que indultara a Boo y a Pistol.
A más de 15 mil kilómetros de la ciudad donde se filma la quinta entrega de “Piratas del Caribe”, en el verdadero mar que inspiró la leyenda de Jack Sparrow y el Perla Negra, la legendaria embarcación del pirata, está Santo Domingo.
¿Qué hubiera ocurrido aquí si Johnny Depp desembarca en el aeropuerto con sus dos mascotas? Una vez le oí decir a Rafael Emilio Yunén que la cultura de las pequeñas transgresiones en República Dominicana comenzó a gestarse a partir de la caída de la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo.
Después de tres décadas de terrible represión, la gente empezó a establecer sus propios espacios de libertad. Recuerdo que el profesor Yunén lo explicó a través de una foto del Mercado Modelo que se incluyó en la memorable exposición de Max Pou.
“La respuesta al orden impuesto por la represión y no a través de una cultura, fue el desorden como señal de libertad”, fueron más o menos las palabras de Rafael Emilio. Hace ya varios años, pasaba frente a un televisor y oí una frase de Huchi Lora que se me quedó grabada.
“El presidente que organice el tránsito en República Dominicana será el mejor presidente de la historia de República Dominicana”, dijo el comunicador. Ese es, quizás, el mejor ejemplo para explicar la cultura de pequeñas trasgresiones que día a día va erosionando la habitabilidad de nuestras comunidades.
Vivo en una calle de una sola vía. A menudo veo a una señora que, cuando vuelve con su nieta del colegio, se “roba” media cuadra. Transitar esos 50 metros en vía contraria le permite evitar un gran tapón. Cuando crezca, su nieta hará lo mismo, pero quizás sea un poco más que media cuadra.
Debido a mis rutinas diarias por la ciudad, suelo coincidir con un lujoso vehículo que no lleva placa dominicana sino del Principado de Mónaco. La primera vez me pareció simpático, la segunda ridículo y la tercera alarmante. ¿Será posible que nadie se atreva a exigirle que cumpla la Ley?
Cuando las pequeñas transgresiones llegan al poder, mutan en impunidad. Sobran ejemplos recientes. Desde los flanqueadores que paralizar la ciudad para que su amo, perdón, su jefe se abra paso; hasta los que festejan con descaro un desfalco al erario público.
Tuve que entregar esta columna a la editora antes de que se diera a conocer la suerte que corrieron los perros de Johnny Depp. Aun así, puedo asegurar que no se quedaron en Australia y que el actor tuvo que abordar el Perla Negra sin ellos.
Ayer coincidí otra vez con la señora que se roba los 50 metros de calle en vía contraria. Le abrí los brazos en señal de protesta y me respondió con un gesto de ternura. “Es solo un pedacito de calle”, parecía decirme. Fue entonces que pensé en Boo, en Pistol y empecé a escribir.

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