10 mayo 2014

La austeridad, ni porque está de moda

(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)

La vida simple se ha puesto de moda. Las más importantes editoriales cada vez publican más libros sobre el tema. Después que el mercado colapsó por el desenfreno neoliberal, muchos por fin entendieron. No es una casualidad que el nuevo icono del automovilismo sea el Fiat 500, un austero clásico de la post guerra europea.
Incluso las capitales del derroche, ciudades como Nueva York, Dubái o Las Vegas, se han llamado a capítulo y le han dado un pequeño giro a su razón de ser. Como si no quisieran desentonar en un mundo que ha entendido la gravedad del asunto y comienza a pasar de las palabras a los hechos.
Por eso llama tanto la atención que en República Dominicana, un país pobre, que apenas exporta y que importa la mayoría de los bienes que consume, una pequeña élite de políticos y empresarios derrochen tanto y exhiban sin el más mínimo pudor la trivialidad de sus lujos.
En su libro “El precio de la desigualdad”, el Premio Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz asegura que el 1% de la población mundial tiene lo que el 99% necesita. En Santo Domingo esa cifra puede llegar a ser aún más dramática, porque Naco y Piantini significan menos del 0.9% de la gran ciudad.
Hace una semana concluyó la Feria Internacional del Libro. Además de representar cabalmente el poco aprecio por la lectura de los que se hicieron construir los mayores stands (ninguno de ellos escribe y lo poco que han publicado se lo han encargado a terceros), sirvió para que por fin diéramos con un monumento al insensible derroche nacional.
Gracias a un activismo ciudadano sin precedentes en la historia dominicana, el Ministerio de Educación maneja actualmente un presupuesto similar a lo que establece la Ley: un 4% del PIB del país. Tanto es el dinero del que dispone esa cartera en estos momentos, que decidió tirar al aire 18 millones de pesos.
La efímera y pavorosa maqueta de cartón, que reproducía con el peor gusto la fachada del Ministerio, es un altar a la mala educación. ¿Cuántas cosas útiles se pudieron haber hecho con esos 18 millones de pesos? ¿Cuántos cursos de superación a maestros, cuántas computadoras, cuántos cuadernos…?
Este ha sido el año en que menos libros nos compramos en la Feria. A la ausencia o la desaparición de las principales librerías del país, se sumó la pobre oferta de la mayoría de las editoriales que aún acuden a la cita. Sin embargo, “La vida simple” de Sylvain Tesson (París, 1972) fue una gran recompensa.
El geólogo y viajero francés se toma 228 páginas en enseñarnos una verdad muy sencilla: La libertad consiste en adueñarse del tiempo, algo que se pierde en la medida en que se es más ambicioso y poderoso. Hasta el lago Baikal, en la Siberia, se fue Tesson con un cargamento de conservas y libros. De allá volvió con aportes muy concretos y lúcidos para los tiempos que corren.
Cuando se le lee a gente como Tesson, Stiglitz o el agricultor y pensador Pierre Rabhi, quien no se cansa de andar hacia la “sobriedad feliz”, se toma conciencia de que urge un cambio radical de las referencias. Una prueba de ello, otra vez, es la Feria del Libro: los stands más grandes y suntuosos estaban dedicados a algunos de los dominicanos que menos escriben.
La austeridad, ni porque está de moda, ha logrado sensibilizar a nuestros políticos y empresarios. Pero no estamos obligados a imitar su mal ejemplo, no hay que sucumbir a su ignorancia. Basta con aprender a ser felices construyendo experiencias que no cuestan un centavo.
Se trata de ser ricos justo en eso en lo que ellos son tan pobres.

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