28 febrero 2013

¿Será que de verdad no entendió ni papa?


La visita de Benedicto XVI a Cuba fue intrascendente. No hará falta citarla en ninguno de los resúmenes de noticias que se hagan en el futuro. En aquel momento muchos atribuyeron eso al cardenal Jaime Ortega. Lo vieron como una maniobra más de uno de los personajes más lamentables de la historia insular en el último cuarto de siglo.
Después que pierda su infalibilidad (uno de los tantos absurdos que mantiene el catolicismo en pleno siglo XXI), Joseph Ratzinger se retirará a una mansión apartada y tranquila, franqueada por una alta muralla y hundida en los colores de los limoneros y los rosales. Justo un paisaje tan idílico como ese fue el que Ortega trató de pintarle en Cuba.
Recién nos enteramos de que el Papa tomó la decisión de su renuncia durante aquel viaje. No se sabe si en suelo cubano o mexicano, pero fue justo aquel ajetreo el que dio por vencido al pastor alemán. Las cosas que ha dicho después de hacer pública su decisión de bajarse de la silla de Pedro, ayudan a entender su displicencia cubana.
En las últimas semanas, Benedicto XVI ha señalado, unas veces a través de parábolas y otras de manera directa, todos los males que corroen y corrompen a la iglesia católica actual. Es probable que nunca se lleguen a saber sus verdaderas impresiones de Cuba, pero al menos algunos de sus actos fueron lamentables.
Benedicto XVI fue incapaz de reunirse con Oswaldo Payá, uno de los católicos más consecuentes que ha tenido Cuba, quien sostuvo su fe a pesar de las más crueles represiones; permitió que delante de él, en una misa, golpearan salvajemente a un cubano; y luego acudió a un encuentro privado y familiar con Fidel Castro.
Por más que se trate de culpar de todo eso a la perversidad de Jaime Ortega, queda la duda de que un hombre tan inteligente nunca se diera cuenta de nada. ¿Será que de verdad no entendió ni papa?

27 febrero 2013

Esther en alguna parte o el regreso de Lichi, Rapi y Reinaldo Miravalles


Hace unas noches se estrenó en La Habana la película Esther en alguna parte, que fue dirigida por Gerardo Chijona y está basada en la novela homónima de Eliseo Alberto. Todos los que la han visto coinciden en los elogios. Algunos, incluso, comparan el éxito de su estreno con el de Fresa y chocolate (Tomás Gutiérrez Alea, 1993).
—La película se filmó en un estado de gracia —aseguró el actor Luis Alberto García, quien se mostró muy feliz de haber participado en el filme a pesar de que hace un papel secundario.
Esther… es la última novela de Lichi, quien murió hace poco más de un año en México D.F. Su hermano Constante (Rapi) Diego, quien era director de cine, fue el primero en advertir que la historia merecía una película. Pero la muerte también le dio alcance antes de que comenzara a trabajar en ello.
Gerardo Chijona, quien era amigo de ambos desde los tiempos en que estudiaban en la Universidad, se hizo cargo del proyecto. Desde el primer momento, según confiesa el director, quiso que Reinaldo Miravalles encarnara al personaje principal de la historia. Miravalles, el más importante actor del cine cubano, tenía casi 90 años y vivía a 90 millas, en Miami.
Nada detuvo a Chijona, ni siquiera el hecho de que el autor de su historia fuera el mismo de Informe contra mí mismo, una de las denuncias más viscerales y conmovedoras que se le han hecho a la revolución cubana por un escritor formado dentro de ella.
Cuando Miravalles arribó al aeropuerto de La Habana fue recibido por una cerrada ovación de su público. “¡Viene con un cuchillo en la boca!”, dijo el actor Enrique Molina, quien es su contraparte en el filme. En efecto, el anciano actor se entregó con todas sus fuerzas al rodaje. Ni siquiera su ya mala memoria le impidió sacar adelante el personaje.
Aún no he visto la película, no puedo decir nada respecto a ella. Pero desde que supe de su estreno celebro ese hecho. Saber que Lichi, Rapi y Reinaldo Miravalles pudieron regresar a Cuba, comprobar que “la máquina del olvido” se detuvo para que ellos pasaran, es más que suficiente.
 A Gerardo Chijona habrá que agradecerle siempre, además de sus películas, este acto de hermandad y justicia. Solo por eso, estoy de pie, aplaudiendo a Esther en alguna parte.

21 febrero 2013

Imitaciones, limitaciones


El tren de Cienfuegos a Santa Clara era el más esperado por los viajeros del Paradero de Camarones. Pasaba dos veces al día en cada dirección. A las 5 a.m. y a las 2 p.m. hacia Santa Clara. A las 11 a.m. y a las 7 p.m. hacia Cienfuegos. Su formación era sencilla: una locomotora, una casilla de expreso y dos vagones de pasajeros.
La locomotora era una TEM 4, una copia descarada que hicieron los soviéticos de la ALCO RSD1 norteamericana. El expreso, donde iban los equipajes y las latas con las películas para los cines municipales, era una antigua casilla de carga. En el taller de vagones de Cruces le habían puesto un escritorio, dos bombillas de 100 watts y una ventanita para el correo.
Los vagones de pasajeros también eran un “invento cubano”. Los armaban en el taller de Caibarién con dos autobuses General Motors y una plancha de ferrocarril. Les dejaban dos puertas en el centro y les ponían un inodoro en uno de los extremos. Escambray, así le pusieron a la extraña guagua con ruedas de hierro.
Recorriendo las entradas de Cuba Material, un blog donde María Antonia Cabrera Arús reconstruye la antropología de las generaciones que crecimos en Cuba a base de imitaciones y limitaciones, recordé al viejo tren de Cienfuegos a Santa Clara. Solía llegar puntual. Era una época en que el tiempo todavía era importante en mi país. Aún no habíamos dado al futuro por perdido.

16 febrero 2013

Narciso y Quasimodo en Santo Domingo


(Escrito para la columna Como si fuera sábado de la revista Estilos)

En su disco “Giros”, de 1985, Fito Páez canta una hermosa canción que no tuvo mucha suerte. A casi todos se nos ha olvidado “Narciso y Quasimodo”, aquel rocanrol que hablaba de los que lo dan todo y se quedan solos, “sin jamás poder establecer contacto”.
Cada día, en la República real o en la Dominicana virtual (ese país paralelo que sucede en las redes sociales), uno se encuentra con gente buena con las mejores intenciones. La suma de ellos daría un número mucho mayor al de los otros, esos que empujan a la nación hacia un desatino inviable.
A raíz del más reciente descalabro nacional, donde el despilfarro y la corrupción provocaron un hoyo financiero sin precedentes en la historia  democrática del país, los jóvenes dominicanos comenzaron a compartir ideas en voz alta. A todos los movía un mismo combustible: la indignación.
Algunas de las más importantes movilizaciones ocurrieron en el Parque Independencia o frente a la Fundación Global; otras, en cambio, fueron convocadas en las redes sociales. Allí también acudió una multitud de dominicanos que ya no estaban dispuestos a ser indiferentes y a quedarse callados.
Una de las mejores maneras que se tiene ahora de contar lo que se dijo y se hizo en esos días, es reuniendo la gráfica que se produjo para cada movilización. Decenas de diseñadores crearon obras que, más allá de su valor circunstancial, pueden atesorarse como verdaderos ejemplos de la creatividad dominicana.
Hace ya 10 años que conocí a Mario Dávalos, Maurice Sánchez y Ángel Rosario. En aquel momento ellos tres acababan de crear el colectivo Shampoo, donde estaban dispuestos a “lavarnos el cerebro” con un arte provocador, sin prejuicios ni concesiones estéticas.
Por ellos descubrí a todo un movimiento de jóvenes, creativos y diseñadores, que producían y compartían en galerías y colmadones (aún no existían las redes sociales) una gráfica verdaderamente revolucionaria. Entre ellos sobresalía ModaFoca, donde Ian Víctor y Jorge González traducían a íconos las claves de la cultura popular dominicana.
Por esa misma época llegó Roberto Salcedo a la alcaldía del Distrito Nacional. Durante sus primeros meses de labor se produjo un cambio alentador. Parecía que los espacios públicos dejaban de estar en manos de la politiquería y empezaban a trazarse con el criterio de los urbanistas.
La alegría no duró mucho. Pronto Salcedo confundió a la ciudad con una escenografía y comenzó a hacer chistes sobre ella. Una de sus peores bromas fue el Zooberto, un terrible parque que, cada vez que un visitante lo descubre, convierte a Santo Domingo en un hazme reír.
Es una lástima que tantos creadores capaces, con tantos deseos de hacer cosas positivas por su ciudad, no tengan acceso, por ejemplo, a las vallas del Ayuntamiento. Esos espacios, que pagamos todos con nuestros impuestos, deben destinarse a promover una verdadera cultura ciudadana y no el ego de  Salcedo, quien ha llegado a ilustrar un mensaje a favor de la mujer con su propia cara.
Santo Domingo fuera una ciudad muy diferente si la creatividad de sus artistas tuviera más espacio en ella. En su canción, Fito Páez se pregunta para qué y por qué estamos distanciados, de ahí en adelante comienza a buscar la manera de establecer contactos. Los que viven y crean en la capital dominicana tienen que hacer lo mismo. Ya Narciso se ha expresado demasiado, es hora de que lo haga Quasimodo.

14 febrero 2013

Una pelea cubana contra los cambios


A los 5 años me encasquetaron una boina roja y me amarraron una pañoleta azul en el cuello. En una fila de mayor a menor, dentro de una formación que iba desde preescolar hasta sexto, me hicieron jurar mientras saludaba a la bandera con el dedo pulgar encajado en la frente.
—¡Pioneros por el comunismo, seremos como el Che! —Gritamos todos los niños a la vez, justo antes de que Carlos Puebla entonara una de sus trovas insurrectas.
De ahí en adelante, ese acto se repitió todas las mañanas de clases por más de siete años. Durante todo ese lapso de tiempo, Fidel Castro era un líder revolucionario cuya estatura nos parecía inalcanzable. ¡El Caballo! Así le llamaban los adultos cuando libraba sus batallas en la pantalla en blanco y negro de los televisores rusos.
El pasado domingo veíamos un noticiero y reapareció Fidel en la pantalla high definition del televisor japonés. Se ha reducido tanto, que está del alto del pionero que lo saludaba sin la boina roja encasquetada, pero aún con una pañoleta azul amarrada en el cuello.
Balbuceaba tanto que no se le entendía nada. Gracias a la versión taquigráfica que publicó el Órgano Oficial del Partido Comunista, pudimos reconstruir el diálogo con los periodistas:
—¿Qué le parecen, Comandante, los cambios que están teniendo lugar ahora en Cuba? —Le preguntó Fabiola López.
—Tú dices los cambios, pero el gran cambio fue la Revolución —aclaró tajante Fidel.
1959 ocurrió hace 55 años. Desde entonces, según palabras textuales de su propio líder, la revolución cubana ha sido incapaz de seguir produciendo grandes cambios. Aunque formó varias generaciones como comunistas, las condenó a vivir sin dialéctica, en una nación que fue envejeciendo, encorvándose y repitiendo un discurso único hasta balbucearlo y hacerlo ininteligible.
—¿La próxima elección cuándo va a ser? —Preguntó Fidel más adelante.
—Dentro de cinco años me imagino —le respondió la periodista Gladys Rubio.
—¡Compadre!, me parece un poco demasiado —respondió el comandante desalentado. Sabe que se le acaba el tiempo... y las fuerzas para seguir deteniéndolo.