19 agosto 2012

Los espacios vacíos de Santo Domingo

 
(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)

En un lejano viaje a Isfaján, en Irán, Italo Calvino entendió que la cosa más importante del mundo eran los espacios vacíos. Después de describir un complejísimo decorado, el escritor celebra el hecho de que la ciudad esté dispuesta según una feliz sucesión de vacíos.
“Vacío, nada, ausencia, silencio, son todos nombres cargados de significados demasiados obstructivos para algo que no quiere ser ninguna de estas cosas. No se le puede definir con palabras”, asegura el autor de Las ciudades invisibles.
Es difícil encontrar vacíos en Santo Domingo. Los pocos que quedan están bajo la constante amenaza de la especulación constructiva. Para colmo de males, allí, donde se ha salvado una ínfima esquina en la que es imposible levantar nada, se aparece el alcalde con su casi patológico mal gusto.
Los que vivimos en esta ciudad, le debemos a Roberto Salcedo que la pusiera en el mapa donde solo aparecen los parques más terribles y disparatados del mundo. Antes de estar al frente del Ayuntamiento, Salcedo hacía comedias de televisión. Por eso, pienso, asume a Santo Domingo como un decorado de atrezzo o, lo que es peor, la confunde con un chiste.
En uno de los pasillos del Hotel Embajador hay una exposición de viejas fotografías. En una de ellas, se ve una vista aérea del edificio en construcción. A su alrededor no se divisa más que un gran vacío. Es imposible acertar nada del nuevo Santo Domingo en ella. Por eso lo más aconsejable es disfrutar el vacío.
 Es cierto que ya no se puede volver a ese punto. Es imposible recuperar un bosquecito que se ve justo delante del edificio. Me imagino que ahí, originalmente, era donde pernoctaban las bandadas de pericos. Esas que hoy regresan a la ciudad desde cualquier dirección para aferrarse a los pocos árboles del parqueo del Hotel.
En otra foto se divisa la célebre Concha Acústica en un espacio abierto, también sin nada alrededor. Se le ve tan despejada, que cuesta trabajo dar con ella en la actualidad, confundida, camuflada y enmarañada con todo lo que se construyó después. La ciudad no le dio alcance al Hotel Embajador, más bien trató de asfixiarlo.
Unos párrafos más abajo, Calvino se queja de las fotografías actuales que le habían llegado de Irán (la actualidad a la que se refiere es a principios de los años 80 del siglo pasado): “son imágenes muy diferentes: sin espacios verdes, atestadas de multitudes, de gritos y gestos escandidos”, dice.
Para evitar que nos pase lo mismo que a él, busquemos los espacios vacíos de Santo Domingo antes de que la especulación constructiva o el mal gusto los encuentren. Disfrutemos de ese pino araucano que ha logrado sobrevivir tantos avatares y aún señala una coordenada en el cielo de la ciudad.
No había nada de esto cuando hicieron el Hotel Embajador. Dentro de 10 años habrá mucho más. Retengan para entonces esas ausencias que están a punto de desaparecer.  

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