25 diciembre 2011

El cayuco atado

El domingo pasado nos fuimos a la Zona Colonial. El plan era que, mientras Diana iba a misa, yo me encontraría con Alejandro Aguilar en las ruinas de San Francisco, donde Bonyé celebra sus tardes de son. Pero en el Parque Colón dimos con una feria de artesanías y decidimos explorarla.
Son muy pocas las artesanías que en verdad logran interesarme. Creo que la mayoría de esas expresiones populares se han desvirtuado y pervertido. Lo que en un inicio fue una necesidad genuina de los pueblos de representarse a sí mismos, acabó convirtiéndose en un empobrecido estereotipo que siempre trata de complacer la ignorancia de los turistas.
Pasamos por los stands de cada una de las regiones prácticamente sin detenernos. Nada lograba interesarnos. Pero dimos con un artesano de Miches que talla embarcaciones y náufragos en madera. Sus cayucos siempre cuelgan del techo y se sujetan de la cabeza de uno de sus ocupantes.
No pudimos resistir la tentación de llevarnos un bote donde viajaba un solitario barbudo vestido de verde olivo. Le encajamos en la cabeza una puntilla que trajimos de un cafetal de la Gran Piedra. Luego lo sujetamos de un clavo de línea que arranqué de la vía principal, en Camarones. En la pared, en el lugar del agua, repetimos las primeras líneas del Diario de campaña de José Martí.
Ayer el régimen de Raúl Castro anunció que no variaría en un ápice su política migratoria, la cual le niega a los cubanos el derecho de entrar y salir de su país con entera libertad. Nuestro cayuco atado, impedido de llegar a ninguna parte, espera con paciencia el día en que las aguas de nuestra isla se liberen.

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