24 mayo 2011

La cañada

Al fin corrió el agua por la cañada.
Después de una larga seca,
que nos mantuvo a todos
con la vista llena de polvo
(la neblina nunca es suficiente
para cubrir tantos restos),
el hilo de agua bajó de un golpe.
Aún es muy frágil,
apenas cayó un aguacero,
pero ya se le ve la intención
de arrasar con todo,
de convertirse en arroyo
y, por unas horas,
mover el interior
de las cosas.
Su único propósito
es sacarlas de su sitio
y soltarlas más adelante,
en un lugar que no estén tan a la vista.
Su función natural ya está cumplida.
Ahí va,
efímera,
indetenible,
a meterse en el río
con la certeza de llegar hasta el mar.
La cañada,
ese resumen
tan meticuloso de nosotros mismos,
lo ha calculado todo
con precisas medidas
y ya no prepara el final de la noche
y la sucesión de los olvidos.
Por eso cuando se escurra entre las piedras
no recordaremos ni una sola cosa
de todo lo que ha pasado.

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