23 noviembre 2010

La lección del motociclista

La publicación de este poema entraña para mí dos alegrías. La primera, colaborar con Diario de Cuba, donde están involucrados el ingenio y la pasión de mi querido Antonio José Ponte. La segunda, porque comparto el espacio con Gerardo Fernández Fe, un escritor que siempre he admirado, y Dolan Mor, un poeta pinareño que Chago Méndez Alpízar me acaba de presentar.

Para filmar la escena en que una casa
se le desploma encima,
Buster Keaton no aceptó un doble
ni que se hiciera algo para protegerlo.
Cuando la fachada de madera
comenzó a caer,
hasta el camarógrafo volteó la cara.
Apenas se había hecho
una marca en el suelo.
Nada aseguraba que el cuerpo de Buster
se colaría intacto
por la más estrecha de las ventanas.

Él también es el hombre que el viento derriba
del asiento trasero de un automóvil,
del techo de una locomotora
y del palo más alto de un navío;
el que viaja sin pagar
en el guardafangos de un autobús
y el que apenas cruza la línea
antes de que un tren pase a toda velocidad.
Buster es el que se tira en un lago
que resulta ser un telón de fondo,
el que se lanza al vacío
y se da en el rostro
con el edificio de enfrente.

En todas sus películas, como en la vida real,
Buster Keaton cae y se levanta
sin que se le mueva un músculo de la cara.
Estaba harto de todo
y no le importaba morir.
Por eso ahora nos resulta tan gracioso
que siempre salga intacto.
Por más que vuele por los aires
o se arrastre como una escoba
por el polvo sin color de California,
Buster al final se sacude
y mira sin dolor a la cámara.

Nunca sabremos cómo lo hizo.
Lo único que dejó claro,
además de su rostro inconmovible,
es la lección del motociclista:
a veces lo único que se puede hacer
es taparse los oídos y cerrar bien los ojos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusta mucho como escribes Camilo, tu poesía me la traje de Cuba en libro que me regalo mi madre un día, siempre vengo al Fogonero, es un placer entrar acá.
Otro cubano, desde Chile te abraza.
Gino.