12 enero 2007

¿Quién viste a quién?


Por los días finales de 2006, un grupo de amigos nos reunimos para hacer un desordenado balance del pasado reciente. En lo que arreglábamos al país y el mundo, vimos dos conciertos: el Eco de Jorge Drexler en Montevideo y Bachata sinfónica, la producción que, con los auspicios del Banco Central, se presentó en el Teatro Nacional.
Mientras El Añoñaíto acomodaba su amargue a la exuberancia de los violines, uno de los allí presentes aseguró que con ese concierto por fin la bachata se vestía de gala. Sin ánimo de seguir discutiendo (con los problemas del país y del mundo ya habíamos tenido suficiente), dije lo que pienso: con ese concierto, el Teatro Nacional fue quien se visitó de pueblo.
El Teatro Nacional y el Gran Teatro del Cibao están erigidos en entornos que no los hacen demasiado accesibles, sobre todo para los que tienen que llegar hasta ellos por sus propios pies. La celebración de la Feria Internacional del Libro en los espacios de la Plaza de la Cultura, ha sido uno de los intentos más acertados por “derribar” esas verjas que siempre frenan a todos los que viven más allá del Polígono Central y de los Cerros de Gurabo (que son la inmensa mayoría de los dominicanos).
Por eso creo que la bachata, al subirse en el escenario del Teatro Nacional, también contribuyó a que sus puertas parecieran más abiertas que de costumbre. Un teatro no es un templo, un teatro es un espacio para que las identidades y las expresiones de un país se promuevan y, si nos ponemos en eso, hay pocas cosas tan dominicanas como la bachata. ¿O no?

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