16 abril 2024

El primer libro que leí

Hace unos días, en una de nuestras conversaciones por WhatsApp, Salvador Lemis me confesó que el primer libro que leyó fue Cómo entre todos salvaron al chivito, del escritor ruso Serguéi Mijalkov. Después de dar con él, enviárselo en PDF y dejarlo mudo por un buen rato, corrí a buscar el primer libro que leí.
Al repasar sus páginas, pude comprobar que sigo estando en deuda con ese libro rojo (tuvo una sobrecubierta blanca que perdió por culpa de mis primos, que no eran tan cuidadosos como yo). Ahí estaba la primera lección que recibí sobre cómo contar una historia con introducción, desarrollo, clímax y desenlace.
Los Cuentos y estampas de Vladimir Suteiev (Editorial Progreso, 1970), también me enseñaron a imaginarme diálogos muchos años antes de que, en clases de dramaturgia, me dejaran de tarea las obras de Henrik Ibsen, Antón Chéjov, Eugene O'Neill, Tennessee Williams y Edward Albee. 
Mucho antes de enfrentarme a Nora y Torvaldo, Irina Arkádina, Ephraim Cabot, Blanche DuBois, Martha y George; el pollito y el patito, los tres gatitos, el gallo y la gata caprichosa fueron personajes igual de sorprendentes, que me llenaron de inquietudes, interrogantes y, sobre todo, misterio.
Hoy, con esa injustificada felicidad que sólo se halla en la infancia y luego en la nostalgia, volví a leer varias fábulas de Cuentos y estampas. Nunca le había dado las gracias Suteiev, jamás había reconocido mi deuda con él. Y ese es, probablemente, uno de los actos más injustos que he cometido en mi vida.
Aquí estoy, Vladimir, pidiéndote disculpas, a bordo de un barquito hecho con una nuez, una pajita, un hilo y la hoja de un árbol. Gracias por ser uno de los mayores responsables de que yo acabara teniendo imaginación.


15 abril 2024

Michel Camilo: "sólo que el guaya la yuca cosecha el éxito"


(Publicada originalmente en Diario Libre, el 10 de febrero de 2004)

Michel Camilo apenas ha dormido y está prácticamente afónico. Aún no se recupera de una de las noches más felices de su vida. El pianista dominicano declinó asistir a la gala de los Grammy para dar un concierto en el Festival de Jazz de Boston. Por ello, recibió un diploma de gratitud a nombre del senado de Massachusetts. Un minuto antes de que empezara el concierto llegó la noticia. Primero oyó una ovación. Luego supo que era por él, por su Grammy. El auditorio estuvo varios minutos de pie. No contentos con eso, muchos hicieron una larga fila para saludarlo en persona.
 

¿Cómo pudo empezar a tocar después de una algarabía semejante?

Ni yo mismo lo sé. Tuve apenas unos minutos para recuperarme de la euforia. El público no cesaba de aplaudir y sólo pude callarlos con el sonido del piano. Luego supe que se habían agotado todos los discos en apenas una hora. Fue un concierto muy emotivo y la fiesta duró hasta el amanecer. Creo, sobre todas las cosas, que ese premio es la prueba de que ha valido la pena tanto sacrificio.

 

¿Lo esperaba, creía que tenía posibilidades?

Todos los trabajos nominados son muy buenos. Uno de mis maestros y uno de los músicos que más admiro, Chucho Valdés, estaba en la lista. Es muy difícil pensar en las posibilidades que uno tiene si sabe que se enfrenta a un verdadero dios del jazz latino. Cuando se recibe algo así enseguida se piensa en ellos, en los que lo han influido, por eso no trataba de no darle mucha mente a lo de las posibilidades.

 

¿Qué significó para usted hacer un disco en vivo en el Blue Note?

No lo puedo decir con palabras, es demasiado. Hay cosas que prefiero decirlas delante de un piano, las palabras no me alcanzan para resumirlas. El Blue Note es un templo, es la catedral del jazz. Allí sólo toca lo mejor de lo mejor. El que se me permitiera tocar allí ya es un premio, poder hacer el disco es un premio doble. 

 

¿Cómo es el público del Blue Note, ese que se oye aplaudir en el álbum?

Es un público exquisito y extremadamente exigente. Los que van al Blue Note saben muy bien lo que es el jazz, no se les puede timar. Ellos saben cuándo hay que aplaudir, reír, llorar o hacer silencio. El público del Blue Note ha sido testigo de noches verdaderamente inolvidables. Muchos de los hitos del jazz moderno han sucedido allí. Noche a noche, improvisación tras improvisación, en el Blue Note se escribe la historia del jazz de hoy en día.

 

¿Cómo ve al jazz latino en estos momentos?

Muchos pensaban que cuando los precursores del jazz latino desaparecieran, caeríamos en una crisis irreversible. Pero han surgido jóvenes muy talentosos y los que llamábamos jóvenes hasta hace poco ya se han convertido en maestros, en figuras claves.  El jazz latino está en un momento de esplendor. Cuando digo esto pienso, para sólo poner un ejemplo, en David Sánchez, el saxofonista boricua que a pesar de su juventud se ha convertido en un referente obligatorio.

 

Siempre hace referencia a su deuda con Paquito D'Rivera. ¿Qué significó realmente su encuentro con él?

Paquito, allá en Nueva York, debe haber celebrado este premio como si fuera suyo. Él fue esencial en mi formación. En el tiempo en que yo formé parte de su agrupación se convirtió en un perenne tutor, en un padre.  Paquito fue mi padrino en la diáspora. Él vive en carne propia eso de estar lejos de la patria y me ayudó muchísimo. Su ejemplo, su rigor, determinaron mi desempeño posterior. 

 

Además de Paquito, ¿tuvo algún otro padrino?

Sí, don Mario Rivera, el único dominicano que hacía y hace jazz latino en Nueva York. Mario también jugó un papel muy importante en aquellos años tan duros.

 

¿Por qué escogió el Centro León para presentar su disco aquí?

Porque me conmovió descubrir que en mi país ya había una institución como esa. Cuando entré me llené de orgullo. Me dije: caramba, esto está en República Dominicana.

 

¿Cuándo vuelve al país?

Vuelvo para el Casandra. Ojalá que pueda tocar ese día. En esa fecha estaré cumpliendo compromisos en México, pero volaré a Santo Domingo para estar con los míos y celebrar con los míos.

 

¿Podría enviarles un mensaje a los más jóvenes músicos dominicanos, en especial a los que hacen jazz?

Sí, claro. Este premio no es un regalo, es una recompensa por mucho, muchísimo sacrificio. Por eso le pido de corazón a los jóvenes músicos dominicanos que trabajen duro, muy duro, que estudien y toquen todos los días. Sólo que el guaya la yuca sin descanso es el que cosecha el éxito y los aplausos.

12 abril 2024

Luis Gómez: Un puente que cruza el olvido


En el número 4 de 2001, La Gaceta de Cuba publicó esta entrevista que le hicimos Lenay Blasón y yo a Luis Gómez. Esae encuentro nuestro con el gran poeta cienfueguero, animó a la Casa de las Américas a producir un disco que es una auténtica maravilla. Si tuviera que elegir una sola de todas las entrevistas que he hecho, me quedo con esta. Le agradezco a Norberto Codina y Vivian Lechuga el haber podido recuperarla. Gracias a ellos, ahora puedo compartirla en El Fogonero.




Las locomotoras de Espartaco

Aunque viví toda mi infancia en un pequeño pueblo rodeado de ingenios azucareros, nunca había visto uno por dentro. Por eso, a finales de los años 80, le pedí a un amigo de la familia (que en ese entonces era dirigente en Espartaco) que me permitiera conocer al central por dentro, en plena zafra.
Fue un largo y minucioso recorrido, empezamos por el basculador y acabamos en el lugar donde ser cargaban las tolvas de azúcar. Disfruté todo, desde el calor sofocante que provocaban los chorros de vapor, hasta el estruendo de las máquinas y las voces de los obreros que se escuchaban siempre como un lejano eco.
Al final abandonamos el edificio principal y caminamos hasta el taller de locomotoras. Allí estaban las máquinas que tanto había visto pasar por el cruzamiento de San Fernando y por el puente sobre el río Caunao. Una permanecía con el vientre apagado, en espera de que le donaran un órgano que nunca llegó.
Pero las otras dos respiraban agitadas, ya listas para salir en dirección a Paso del Medio y Manaquitas. Tuve una larga conversación con uno de los maquinistas. Le prometí que volvería para hacer el recorrido hasta el último centro de acopio. “Ese día serás el fogonero”, me prometió.
No tuve tiempo de hacerlo. El Espartaco, que antes se llamó Homiguero y había sido por más de un siglo el reloj de las zafras cienfuegueras, fue paralizado, primero, y demolido, después. En 2011, cuando volví con Diana a Cuba, me reencontré con las locomotoras. Permanecían expuestas a la sal del abandono en Cienfuegos.
Sigo arrepentido de no haber hecho ese viaje. Nadie lo ha dicho de una manera más clara que Joaquín Sabina: “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Hoy di con esta foto en Facebook. Ella es todo lo que queda de un lugar que fue borrado de la faz de la tierra.
Puedo oír la respiración agitada de esas máquinas, las veo hacer equilibrio en el cruce sobre el Caunao, el olor de su humareda aún va conmigo. Al menos dentro de mi cabeza, todavía hacen zafra.